12 de febrero de 2025
Una de las frases —enseñanzas— que pronunciaba mi abuela Fina decía: tú siempre que puedas, ayuda.
Ella era altruista. Hacía muchas labores caritativas: se encargaba de recoger los alimentos que enviaban desde Cáritas para donarlos a hombres y mujeres sin empleo, en la mayoría de los casos con hijos o familiares a su cargo, ayudaba a la organización de La Cena del Hambre de Manos Unidas, tenía la llave de la iglesia para ir con más señoras a limpiar todos los sábados para que estuviera siempre adecuada para recibir a los creyentes, recogía la ropa para las donaciones y un largo etcétera.
En muchas ocasiones le acompañaba, me atrevería a decir que heredé varias cualidades de ella, como la implicación, la participación activa y la solidaridad.
Considero que el equilibrio para vivir saludablemente y ser feliz está en alimentar la mente, el cuerpo y el corazón. No se trata de alcanzar la perfección, es decir, de ser muy inteligente, muy fuerte o muy bondadoso, pero sí mantener una sintonía entre los tres, conseguir nuestra mejor versión.
Sin embargo, vivimos en una sociedad que constantemente cuestiona nuestros actos: ¿Y eso para qué sirve? ¿Pero qué ganas haciendo eso? ¿Te pagan por ello? —como si lo correcto o valioso respondiera a una utilidad o beneficio, ignorando totalmente la práctica de un acto tan humano como la solidaridad.
Frente a personas que destacan por su egoísmo, despreocupación, mala educación, desagradecimiento y en último lugar egocentrismo. Existe una pequeña resistencia que mira más allá de sus propias necesidades.
Ser voluntaria significa no ser indiferente frente al sufrimiento y la crueldad, decidir actuar, en lugar de manifestar quejas desde el sofá sobre cómo está el mundo, cometer algún acto —por pequeño que sea— para mejorarlo.
El año pasado formé parte del II Congreso Internacional, Educación Global en el Mediterráneo, organizado por la Facultad de Filosofía de la Universidad de Valencia y conocí a una señora con una historia diferente, Aminata.
Cuando terminó su dura ponencia me acerqué para ofrecerle mi ayuda con temas bancarios. Ella es la presidenta de Red Aminata, una comunidad que acoge a víctimas de la mutilación genital femenina, mujeres que se encuentran refugiadas en Valencia.

El primer día que fui a su sede les aporté un dossier —como un librito individual— que diseñé con los conceptos básicos sobre introducción a la banca. Puede que a nosotros, los del primer mundo, nos resulte familiar el término cuenta bancaria, transferencia, tarjeta de crédito, etc. Pero estas señoras que a penas estaban empezando a aprender a escribir y a leer porque en sus países no habían tenido esa oportunidad, desconocían totalmente el funcionamiento de un banco, algo esencial en nuestra sociedad. Los demás días seguí impartiendo clases con el dossier como temario.
El 29 de octubre tuvimos el infortunio de vivir en primera persona la DANA.

Mis mascotas y yo vivíamos en Aldaia, una de las zonas más castigadas con la riada y la inundación el 29 de octubre de 2024.
Los últimos capítulos de mi primer libro abordan esta situación.

El único factor positivo de la DANA fue el movimiento popular, la marea de solidaridad, personas jóvenes, mayores, de todos los lugares de España ofreciendo sus manos, su tiempo, su dinero mediante donaciones. Voluntarios que ayudaban a limpiar las calles, las casas, a buscar desaparecidos, mediante ayuda psicológica, otros traían comida y agua a las poblaciones que como Aldaia teníamos el agua cortada, los supermercados estaban inundados y los habitantes de plantas bajas ni tenían ropa limpia.
Desafortunadamente, como es propio de la humanidad, hubieron acciones inmorales e irrespetuosas, como robos en los coches accidentados, en los comercios, incluso en las propias casas donde reinaba el dolor.
Por parte de los políticos, los avisos y las ayudas llegaron muy tarde, incluso a día de hoy en muchos hogares hay necesidades.
Yo estuve limpiando calles, casas y colaborando en la organización de alimentos, no tengo imágenes de todas mis aportaciones porque creo que ser una persona íntegra es hacer el bien, lo correcto y lo justo sin necesidad de documentarlo gráficamente. De esos meses oscuros no puedo mostraros muchas fotos.

Este casal fallero una semana antes de la DANA lucía completamente diferente:

Recibimos camiones de Málaga, Barcelona, Lisboa, muchísimas ciudades. Portaban bolsas y cajas con un sinfín de materiales y productos diferentes: ropa, toallas, juegos, peluches, comida… Decidimos hacer una especie de triaje en cada mesa improvisada y colocarlo todo por secciones.

Este momento fue de los más tiernos y bonitos, dos niñas aportando sus juguetes en Navidad para niños que los habían perdido.
