Julio 2024
Una de las frases -enseñanzas- que más me decía mi abuela Fina era:
Tú siempre que puedas, ayuda.
Ella era altruista y yo en muchas ocasiones le acompañaba a sus actividades. Se encargaba de recoger todos los alimentos que enviaban desde Cáritas para donarlos a hombres y mujeres, todos sin empleo y en la mayoría de los casos con hijos o familiares a su cargo. Ayudaba a la organización de «La Cena del Hambre» de Manos Unidas. Tenía la llave de la iglesia para ir con mas señoras a limpiarla y que estuviera siempre lista para recibir a los creyentes. En definitiva, era una mujer muy solidaria, muy buena persona.
Una de las cualidades que heredé de ella fue la de la implicación, la participación activa en cualquier área de la vida; estudios, trabajo, amistad o amor.
Recuerdo que cuando era pequeña en los trabajos en equipo de la escuela, pocas veces mis compañeros se querían hacer cargo de la responsabilidad de la tarea que nos mandaban y la terminaba haciendo yo sola porque había que presentarla y no quería tener una mala nota, pero en la portada figuraban los nombres de todos. Episodios que también sucedieron en el instituto y en la universidad, no siempre, afortunadamente.
Cuando me embarqué en la aventura de ser autónoma y tener mi propio negocio, The Tomahawk, me encontré con un escenario difícil, mucho esfuerzo físico, mental y económico para sacar adelante una idea original bastante nueva en España, tanto el local como los Torneos. Me sumergí en muchas gestiones de permisos, seguros y licencias, reformas, reuniones, promociones, ocupaciones que implicaban una gran inversión de horas y por tanto mucho sacrificio en mi vida personal para finalmente llegar a la conclusión y aceptar que hay dos grandes bloqueos, según el cliente “es peligroso” y “es caro”, además de una falta enorme de ganas de trabajar de otras salas de tiro de hacha que ni son agradecidas, ni tienen interés en fomentar la disciplina y por supuesto la ausencia de cultura y tradición de este sector aquí en España.
Y así no se puede continuar.
Por más luchadora o guerrera que pueda ser una persona, todos tenemos un límite, llega el momento en el que debemos plantarnos y abandonar la batalla, siendo conscientes de que se intentó de muchas maneras distintas y se hizo todo lo posible, pero no arrancó, no funcionó, se recordará con mucho cariño y se aprenderán las lecciones, pero no podemos aferrarnos más porque eso solo sirve para lastimar.
Antes de la aventura de ser autónoma tuve trabajos donde me esforcé todo lo que estaba en mis posibilidades para cumplir con la empresa, da igual que fuera de camarera, de reportera que cambiando tablas de madera. En muchos momentos me he visto ayudando demasiado y haciendo funciones que no estaban en mi contrato y horas de más, no todas pagadas. Cuando conseguía armarme de valor para intentar hablar de esta situación (ya que, se convertía en rutina) con los diferentes jefes, su actitud era la misma -en una profesión como en otra- tratarme de quejumbrosa y de repente pasar a ser la mala. Como dice el refranero español “tras cornuda, apaleada.”
Hablando de eso, en mis relaciones personales tanto con amigas del pasado como con parejas me ha gustado (y me gusta) interesarme por sus necesidades, involucrarme en sus actividades, ser detallista, formar parte de sus proyectos porque cuando quiero a alguien deseo cuidarle y le doy todo lo que tengo. Para estos tiempos de poca implicación y compromiso yo sí soy entregada, sin embargo, tras mi actitud (amigas o parejas) no siempre han sido agradecidas por mi atención, tiempo y apoyo, al contrario me han faltado el respeto, criticado, mentido, traicionado y son tan desgarradores los nudos en la garganta y las palpitaciones aceleradas en el pecho por las decepciones que te destrozan. Es algo injusto, totalmente ofensivo y humillante, tal vez de los peores sufrimientos emocionales.
Mi abuela decía que la palabra de una persona es lo más importante que tiene, en esas letras van implícitos sus valores éticos, su honestidad y su honor. En el momento que alguien falla a su palabra demuestra su valor como persona.
Paso mucho tiempo a solas y me conozco muy bien, sé que tengo muchos defectos, pero también muy buenas intenciones, por eso tengo claro que quién elige portarse mal conmigo y me pierde su castigo es prescindir de una mujer muy bonita con sentimientos buenos y reales.
Como dice El Principito:
Todos somos reemplazables, pero irrepetibles. Y es ahí la pequeña diferencia.
He conocido a gente muy buena, pero mucho más a personas egoístas, egocéntricas, despreocupadas, que no devuelven favores, mal educadas y un largo etcétera porque en pleno 2024 hay más maldad que bondad.
Por mi parte no pienso volverme grosera, vengativa, fría o indiferente, yo me considero una mujer generosa y amable, por ello seguiré con mis buenas acciones y me alegraré siempre de que le vaya muy bien a los demás, incluidos quienes en algún momento me hicieron daño.
No es verdad que recibes lo que das, pero lo que aportas es lo que te representa y eso es lo más importante. No imagino vida más triste que aquella que no es disfrutada con intensidad, sin poner todo el corazón y el alma en lo que se hace.
Carolina Gascón