Sinvergonzonería

Abril 2024
Según la RAE: Desfachatez, falta de vergüenza.
Según mis experiencias personales y profesionales: Sustantivo que define la conducta de muchas personas en estos tiempos. Desafortunadamente.
Solo describiré algunas de mis experiencias profesionales en esta última etapa de mi vida porque si escribo sobre las que tuve cuando era periodista este texto sería demasiado largo:
Desde hace cuatro años enseño a los clientes a lanzar armas blancas a dianas de madera, como el juego de los dardos pero con material más afilado y pesado. Soy experta en esta disciplina.
Fui jugadora profesional en Estados Unidos y participé durante tres años en su Liga Oficial. Cuando regresé a España trabajé como instructora en una sala de lanzamiento de hachas durante unos meses y más tarde abrí mi propia sala.
Durante los cuatro años como instructora, el público interesado en esta actividad mayormente ha sido varón y en esta odisea profesional lo que más se ha repetido ha sido el flirteo de los clientes. Usuarios en su gran mayoría con novia o esposa.
He decidido cerrar mi sala por una lesión grave en el hombro que me dificulta desarrollar mis infinitas tareas y me exige un tiempo de reposo, la contratación de personal no encaja en los planes porque no sale rentable, pero en gran parte la determinación también la he tomado porque me he cansado de aguantar sinvergüenzas (que no todos lo clientes eran así, por supuesto, pero si bastantes.)
Mi negocio estaba en la playa de Gandía y los clientes podían reservar 60 minutos de actividad. Primero les enseñaba las normas de seguridad, luego la técnica para clavar cada tipo de arma (24 diseños diferentes) y más tarde organizábamos campeonatos y juegos.
Aprovechando la ubicación y siguiendo las estrategias de negocio, siempre hay que tener un plan B en los emprendimientos por si el plan A no funciona como se espera. Yo decidí montar duchas en los aseos, de modo que después de la sesión de lanzamiento pagando más podían ducharse, o los turistas que estaban en la playa y querían ir limpios a cenar, de fiesta, etc.
No había un solo día en el que no escuchara algún comentario de este tipo:
«Mira que bien la clavo, todo lo clavo así.» «No puedo sacarla, yo todo lo meto igual de fuerte», «¿Te vienes conmigo a la ducha?», «¿Me enjabonas?», «¿El teléfono para reservar es el tuyo?», «¿Luego te vienes de fiesta?» «Te puedes quedar en mi habitación de hotel» y un largo etcétera.
Muchas de las reservas eran despedidas de soltero y el qué más interés mostraba en mi era el novio, un «hombre» que semanas más tarde se iba a casar. Esas historias se repetían cada fin de semana durante los meses de verano.
En efecto, me escribían al WhatsApp del negocio tras su sesión de lanzamiento de hachas o duchas para reincidir en su conquista teniendo como foto de perfil una imagen de ellos junto a su novia, mujer y mujer e hijos.
Han venido a mi sala parejas -a veces regalo de ella a él por el cumpleaños o aniversario- y días más tarde el «hombre» ha llegado a mi Instagram personal, me ha seguido y me ha abierto conversación tratando de ligar.
Sin duda han sido unos años en los que he vivido en primera persona la sinvergonzonería, la falta de valores y responsabilidad afectiva, la decadencia del amor y el romanticismo en general.
Situación que me produce infinita tristeza y da mucho que pensar.
El sexo se ha vuelto tan fácil que el amor resulta imposible. Leí hace tiempo porque esta conducta no es nueva, sino propia de nuestro siglo.
Nunca llegaré a comprender como una persona -hombre o mujer- puede decidir libremente tener una relación sentimental, planes de presente y futuro junto a alguien, ilusión en común, sueños y miedos compartidos, dormir y despertar abrazados, decirle TE QUIERO y tener la desfachatez de intentar ligar por redes sociales o en la vida real. Una acción que desde mi punto de vista no es perdonable porque se realiza con plena conciencia.
La lealtad se ha convertido en un valor humano, una virtud, un sentimiento que cada vez tiene menos cavidad en la forma de ser de los ciudadanos.
Incluso suena a leyenda.
Carolina Gascón